Quan lliguem la sopa sabrem la veritat

"Francine sacaba el gratén del horno. La mesa estaba puesta en torno al vino tinto, en parte Alicante y en parte jacquez, esa cepa prohibida. Pero se trataba de viñas muy antiguas y Francine era teniente de alcalde. Se hacía la vista gorda ante aquellas vides que habría habido que arrancar mucho tiempo atrás. 
Cuchillo y tenedor en mano, con los dientes y la punta en alto, como es debido, el pastor, ya sentado, hacía entender con toda su achaparrada persona: «Bueno, ¿qué? ¿Es para hoy?». Los tres perros, bajo la mesa, se disponían a atrapar a bocados los restos del festín. 
—¡Mira este, que no me echaría una mano ni muerto! —Francine señalaba al pastor con mano resuelta. 
—Me ha dicho usted que era demasiado torpe. 
—¡Ah! ¡Eso es verdad! 
El pastor era Pascal, hijo único de una familia acomodada que había dejado a los suyos porque su madre engañaba a su padre. Se había marchado sin decir palabra, en secreto. Tenía diecinueve años. Su madre venía a por él hasta los pastizales casi todos los sábados. 
—Pero ¿por qué? ¿Por qué? ¡Tenías comida y cubierto! ¡Tu padre y yo nos desvivíamos por ti! —hablaba a una espalda vuelta. Pascal no respondía nunca y seguía con su tarea. Le decía «Hola, ma» cuando llegaba y «Adiós, ma» cuando se iba. 
—Hay gente —comentaba Alyre— que se arrastra de rodillas para que les digan cuatro verdades. ¡Pero ya verás! ¡Un buen día se la escupirá a la cara, la verdad! Y entonces habrá que recogerla del prado donde se la haya soltado. ¡Tiesa se va a quedar! ¡Va a caerse de bruces en los excrementos de cabra! 
Francine siempre se daba la vuelta cuando Alyre pronunciaba la palabra «verdad». ¿Qué iba a saber él de la verdad, cuando ella llevaba doce años mintiéndole sin que dijese ni mu? 
Echó una ojeada a la cesta posada en el suelo. 
—¡Esto es todo lo que traes! No os habéis deslomado, vosotros dos, ¿no? 
De hecho, aquello valía más de mil francos. Y seguiría así del 15 de noviembre al 15 de febrero, salvo por las interrupciones debidas a las inclemencias del tiempo. No había motivo de queja. Pero la táctica de Francine consistía en seguir mostrándose tan gruñona como siempre. 
Alyre continuaba contemplándola con el mismo deleite. 
«Mírala, con sus alhajas», se decía, «¡está despampanante! ¡Hay que ver lo que le gustan las alhajas a esta mujer! ¡Y el reloj de muñeca cubierto de piedras! ¡Y el collar de perlas falsas y la sortija con el abalorio! ¡Y cómo brilla todo! ¡Y reluce! Más que si fuera bueno. ¡Es inimaginable lo que llegan a hacer hoy en día!» 
Y era verdad que, a la luz de la araña, las alhajas de Francine, su única debilidad, centelleaban suavemente creando un ambiente festivo. Se engalanaba con ellas cada día cuando terminaba las tareas de la casa. «Cómo le gustan a la Francine las alhajas», decía la gente. [...]
«¡La verdad!», pensó Alyre mientras probaba la sopa de cebolla. «¡Como si yo no supiera la verdad!». 
A él, mientras tuviera a Roseline, las trufas y las abejas, el resto... 
—¡No está bien ligada! —exclamó Francine. 
No hubo eco alguno. Alyre tenía hambre y, fuera como fuese... En cuanto al pastor... El pastor, con la cuchara suspendida a medio camino entre el plato y su boca ya abierta, seguía algo en la pared con los ojos. Algo que solo él conocía, una presencia inmaterial que acababa de surgir de la caja del reloj, entre dos segundos desgranados, que ahora huía hacia la batería de cocina, que rodeaba la esquina de la repisa de la chimenea, que iba dejando un poco de su polvo sobre cada uno de los frascos de especias: «azúcar, sal, pimienta, canela», que empañaba el tubo del quinqué de las noches de tormenta para ir a perderse al fin, junto con la mirada del pastor, allá, por el desagüe del fregadero de acero cromado.
—¡Míralo! —exclamó Francine, que lo observaba—. ¿Y ahora qué habrá visto? ¡Parece un gato que acecha a un aparecido! 
Eso era. El pastor de diecinueve años, bajo los pelos que le lloran sobre el cuello, con sus ojos desmesurados de Cristo románico, pero negros, profundos, seguía a un fantasma desde la caja del reloj hasta el desagüe del fregadero. Tenía ese poder, privilegio de los gatos. 
—¡Le hace a una hervir la sangre! —añadió Francine. 
Siempre temía que, por cualquier medio, sus secretos salieran a la superficie. Y la intermediación de un fantasma le parecía adecuada para..." 
Pierre Magnan (2019). Trufas para el comisario (trad. Susana Prieto). Madrid: Siruela (pàg. 13-16).

Pierre Magnan és un dels grans escriptors del gènere negre, però, no sé per quin motiu, no s'havia traduït al català o al castellà. Aquesta tardor l'editorial Siruela va treure la traducció de la primera de les novel·les del comissari Laviolette i espero que tindrà continuïtat. La saga promet, un comissari bon vivant de l'estil de Maigret i una bona història del que ara es qualifica com a noir rural en un poble de l'alta Provença. El misteri dels hippies desapareguts es va resolent a foc lent, amb l'ajuda de tots, en un ambient pintoresc farcit de tofonaires, petanca, timbes, supersticions i bon menjar. La veritat és que el llibre és una mina, però he superat la temptació de les oques i pulardes demi-deuil, els civets de llebre i el foie-gras de la nit de Nadal i m'he decantat per la sopa de ceba per fer passar el fred d'aquests dies.

Sopa de ceba gratinada

Ingredients (4 p.)

1 kg de ceba
50 g de mantega
1,5 l de brou de verdures
2 cullerades de farina
100 g de formatge emmental
8 llesques de pa

Pelem les cebes, les rentem i les tallem en juliana. En una cassola, fonem la mantega i hi ofeguem la ceba. Quan estigui ben tova, hi afegim la farina. Deixem que s'enrosseixi una mica i hi afegim el brou de verdures calent. Quan arrenqui el bull, abaixem el foc i ho deixem coure 30 minuts.

Mentrestant tallem les llesques de pa, les torrem (també es pot fregir, però jo prefereixo que no tingui tant d'oli) i les reservem.

Quan la sopa estigui, la repartim en bols o cassoletes, hi posem el pa al damunt, ho cobrim amb el formatge ratllat i ho gratinem al forn.

Ho servim amb compte perquè crema moltíssim.

Us puc assegurar que aquesta sopa té la capacitat de retornar un mort. Ho he pogut experimentar per mi mateixa aquesta setmana, que he passat una mena de grip que m'ha fet molt la guitza i m'ha deixat fora de joc mentre el temporal Glòria s'encarregava de deixar-me sense calefacció. Sort de la sopa!

Comentaris

Entrades populars