Festí de llagosta amb Neruda i Gabo

"Fue el día en que Pablo Neruda pisó tierra española por primera vez desde la Guerra Civil, en la escala de un lento viaje por mar hacia Valparaíso. Pasó con nosotros una mañana de caza mayor en las librerías de viejo, y en Porter compró un libro antiguo, descuadernado y marchito, por el cual pagó lo que hubiera sido su sueldo de dos meses en el consulado de Rangún. Se movía por entre la gente como un elefante inválido, con un interés infantil en el mecanismo interno de cada cosa, pues el mundo le parecía un inmenso juguete de cuerda con el cual se inventaba la vida. 
No he conocido a nadie más parecido a la idea de un Papa renacentista: glotón y refinado. Aun contra su voluntad, siempre era él quien presidía la mesa. Matilde, su esposa, le ponía un babero que parecía más de peluquería que de comedor, pero era la única manera de impedir que se bañara en salsas. Aquel día en Carvalleiras fue ejemplar. Se comió tres langostas enteras descuartizándolas con una maestría de cirujano, y al mismo tiempo devoraba con la vista los platos de todos, e iba picando un poco de cada uno, con un deleite que contagiaba las ganas de comer: las almejas de Galicia, los percebes del Cantábrico, las cigalas de Alicante, las espardenyas de la Costa Brava. Mientras tanto, como los franceses, sólo hablaba de otras exquisiteces de cocina, y en especial de los mariscos prehistóricos de Chile que llevaba en el corazón. De pronto dejó de comer, afinó sus antenas de bogavante, y me dijo en voz muy baja: 
–Hay alguien detrás de mí que no deja de mirarme. 
Miré por encima de su hombro, y así era. A sus espaldas, tres mesas más allá, una mujer impávida con un anticuado sombrero de fieltro y una bufanda morada, masticaba despacio con los ojos fijos en él. La reconocí en el acto. Estaba envejecida y gorda, pero era ella, con el anillo de serpiente en el índice. 
Viajaba desde Nápoles en el mismo barco que los Neruda, pero no se habían visto a bordo. La invitamos a tomar el café en nuestra mesa, y la induje a hablar de sus sueños para sorprender al poeta. Él no le hizo caso, pues planteó desde el principio que no creía en adivinaciones de sueños. 
–Sólo la poesía es clarividente –dijo." 
Gabriel García Márquez (1992). Doce cuentos peregrinos ("Me alquilo para soñar". Madrid: Mondadori (pàg. 98-99).

Llagosta a la graella

Ingredients (2 p.)

1 llagosta partida per la meitat
2 grans d'all
Herbes aromàtiques
Mantega clarificada
Sal i pebre

Es bullen els dos grans d'all amb pell durant 5 minuts. S'escorren, es pelen i es posen en aigua freda. Es tornen a bullir durant 30 segons, s'escorren i es tornen a posar en aigua freda. Tot seguit es piquen al morter i es reserven. 

Es tallen uns  bocins de mantega i es posen en un cassó a foc moderat fins que es fongui. Es retira l'escuma i es cola la mantega, de manera que ens quedem la part de dalt (mantega clarificada). Es posa la mantega clarificada al morter amb els alls que ja hi tenim picats i les herbes aromàtiques i es mescla tot amb la mà de morter. 

Se salpebren les mitges llagostes, s'unten amb la mescla de la mantega aromàtica i es couen a la graella, posant-hi primer la banda de la carn i després la de la closca.

Comentaris

  1. Després de donar-hi moltes voltes, he vist que Pla tenia raó quan deia que la llagosta s'havia de menjar a la brasa: "La llagosta viva, a la brasa, presenta la prodigiosa particularitat del torrat de la closca, que difon una olor meravellosa, intensa, marina, lleugerament acre i d'un sabor -sense hipèrbole- sensacional". Que ho gaudiu, però no feu com Neruda, de menjar-ne 3 senceres tot sol!

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  2. Fa mes de 20 anys, vaig menjar un llamantol al rest del michel Guerard( no recordo si s'escriu sixi),FETA LA BRASA, tan bo q quasi em moro!! Lo q em va sorprendre llavors era l'aparent simplicitat i la lliço que si la mayeria es extraord, es el que li cal, mes el gust de la brasa...extraordinari!!

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