Els tomàquets verds fregits que et canviaran la vida
"EL SEMANARIO DE DOT WEEMS
12 de junio, 1929
UN NUEVO CAFÉ
El café Whistle Stop abrió la semana pasada, justo al lado de casa, junto a Correos, y las propietarias Idgie Threadgoode y Ruth Jamison dicen que les va muy bien. Idgie dice que como la gente sabe que a ella no le importa envenenarse, no cocina.
Todo se lo guisan dos morenitas, Sipsey y Onzell; sólo la barbacoa está a cargo de Big George, que es el marido de Onzell.
Por si acaso hay alguien que aún no haya ido, dice Idgie que el desayuno se sirve desde las 5.30 a las 7.30 y que tiene huevos, tortas, bizcocho, bacon, salchichas, jamón, salsa picante y café por 25 centavos.
Para almorzar y para cenar tiene pollo frito, chuletas de cerdo con salsa picante, pescado, empanadillas, parrillada de carne, guarnición de verduras a elegir, pan, bizcocho, bebida y postre por 35 centavos.
Dice Idgie que las verduras que entran como guarnición son: maíz a la crema, tomates verdes fritos, bolondrón frito, grelos, guisantes, ñame glaseado, limas o habitas tiernas.
Y de postre pastel.
Mi media naranja y yo cenamos allí la otra noche, tan bien que dice él que se está planteando no volver a cenar en casa. Ja, ja. Ojalá. Me paso el día cocinando para este grandullón y nunca tiene bastante.
Por cierto: dice Idgie que una de sus gallinas ha puesto un huevo con un billete de diez dólares dentro.
Dot Weems
[...]
Aquella mañana, Smokey Phillips iba en un tren que transportaba mercancías y pasajeros desde Georgia a Florida. Llevaba dos días sin comer y recordaba que su amigo Elmo Williams le había dicho que, en las afueras de Birmingham, había un local regentado por dos mujeres con quienes se podía contar para una o dos comidas. Durante el trayecto, cuando ya estaba cerca, había visto el nombre del café escrito en varios furgones, de manera que cuando vio el rótulo que ponía WHISTLE STOP, ALABAMA, saltó del tren.
Encontró el café justo al cruzar las vías, tal como Elmo le había dicho. Era una pequeña construcción pintada de verde y con un toldo a franjas blancas y verdes bajo un anuncio de Coca-Cola que decía: THE WISTLE STOP CAFÉ. Fue por la parte trasera y llamó con los nudillos en el marco de la puerta de tela metálica. Una negra bajita estaba trajinando en la cocina, friendo pollo y cortando a rodajas unos tomates verdes. «¡Miss Idgie!», llamó la negrita al verlo.
Casi al instante, una guapa, alta y pecosa rubia de pelo rizado fue hacia la puerta, con una inmaculada camisa blanca y pantalones de hombre. Aparentaba poco más de veinte años.
Smokey se quitó el sombrero.
—Perdone, señora —dijo—, pero he pensado que a lo mejor tenía usted algún trabajito, algo que pudiera yo hacer. Estoy pasando una mala racha.
Idgie miró a aquel hombre de raída chaqueta, con la misa hecha jirones, los zapatos reventados y sin cordones, y comprendió que no mentía.
—Entre usted —dijo abriéndole la puerta—. Algo habrá aquí para darle. ¿Cómo se llama usted?
—Smokey, señora.
Ella se dirigió entonces a la mujer que estaba detrás de la barra. Smokey llevaba meses sin ver a una mujer limpia y aseada, y aquélla era la mujer más bonita que había visto en toda su vida. Llevaba un vestido de organdí con estampado de lunares y el pelo, de color castaño, recogido por detrás con una cinta roja.
—Mira, Ruth, este señor se llama Smokey; va a hacernos unos trabajitos.
—Ah, pues estupendo —dijo Ruth mirándolo sonriente—. Encantada de conocerle.
Idgie señaló entonces hacia los lavabos.
—¿Por qué no va un momento a refrescarse y viene luego a comer algo?
—Sí, señora. [...]
Idgie y Ruth le habían puesto el cubierto en una mesa. Y él se sentó entonces frente a un plato de pollo frito con guarnición de guisantes, nabos, tomates verdes fritos, pan y té frío.
Cogió el tenedor e intentó comer. Pero le seguían temblando las manos y no podía llevarse la comida a la boca. Incluso se le derramó el té por toda la camisa.
Pensó que acaso no estuviesen mirándole pero, al instante, la rubia se le acercó.
—Venga usted, Smokey. Salgamos un momento fuera.
Él se puso el sombrero y se limpió con la servilleta creyendo que lo echaban.
—Sí, señora —dijo.
Ella lo condujo hacia la parte de atrás del café, que daba a pleno campo.
—Está usted un poco nervioso, ¿verdad?
—Siento haber derramado el té, señora, pero le aseguro a usted... bueno... que ya desaparezco... Y gracias de todas formas...
Idgie metió la mano en el bolsillo de su delantal y sacó una botella de cuartillo de Old Joe Whiskey y se la dio.
—Que Dios la bendiga —dijo él como hombre agradecido que era—. Es usted una santa, señora.
Y se sentaron los dos en un tronco bajo el cobertizo.
Mientras Smokey calmaba sus nervios, ella se lo quedó mirando y señaló a lo lejos.
—¿Ve usted aquel erial?
—Sí, señora —dijo él mirando hacia donde señalaba ella.
—Hace muchos años había allí el lago más bonito de Whistle Stop... y en el verano íbamos a nadar y a pescar, e incluso se podía remar si se quería —dijo moviendo la cabeza, entristecida—. No sabe cómo lo echo de menos.
Smokey miró hacia el erial.
—¿Y qué pasó? ¿Se secó?
Ella le encendió un cigarrillo.
—Qué va; fue peor. Un noviembre, una bandada de patos (habría unos cuarenta por lo menos) se posó justo en el centro del lago y, mientras estaban allí posados por la tarde, ocurrió algo pasmoso. La temperatura descendió tan súbitamente que todo el lago se heló y se quedó duro como una piedra en cuestión de dos o tres segundos. Así como lo oye.
—¿No lo dirá en serio? —dijo Smokey asombrado.
—Pues sí.
—Y, claro, los patos debieron de morir todos, ¿no?
—¡Qué va! —exclamó Idgie—. Salieron volando y se llevaron el lago con ellos. Y el lago está ahora en Georgia, desde entonces...
Él ladeó la cabeza y se la quedó mirando y, al percatarse de que le estaba tomando el pelo, sus azules ojos se iluminaron y se echó a reír con tantas ganas que le dio la tos y ella tuvo que darle unas palmaditas en la espalda.
Aún seguía él limpiándose los lagrimones de la risa cuando volvieron a entrar en el café, donde aguardaba su cena. Al volver a sentarse a la mesa notó que la comida estaba caliente, que se la habían mantenido caliente en el horno.
[...]
Evelyn se levantó temprano, se metió en la cocina y empezó a prepararle un banquete a Mrs. Threadgoode. Calentó la bandeja justo antes de salir hacia la residencia, la envolvió en papel de aluminio y la guardó en una bolsa termo para que se mantuviese caliente. Y, de nuevo, achuchó a Ed para que corriese mientras cruzaban la ciudad con el coche.
La anciana estaba aguardando, y Evelyn le hizo cerrar los ojos mientras desenvolvía la bandeja y levantaba la tapa de la jarra de té frío con menta.
—Ahora ya puede mirar.
Al ver Mrs. Threadgoode lo que había en la bandeja, empezó a batir palmas, tan entusiasmada como un niño con zapatos nuevos. Allí delante tenía una bandeja de primorosos tomates verdes fritos, maíz, seis lonchas de bacon, un cuenco de habitas tiernas y —pero sólo la corteza— cuatro panecillos de Viena.
Evelyn casi se echa a llorar al ver la cara de felicidad de su amiga. Le dijo a Mrs. Threadgoode que empezase a comer antes de que se enfriase, se excusó un minuto y fue al pasillo a hablar con Geneene. [...]
Al volver Evelyn al salón, su amiga había dejado la bandeja vacía.
—Oh, Evelyn, no sé qué he hecho yo para que me mimes así. Es lo mejor que he comido desde que cerró el café."
Fannie Flagg (1992). Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop. Barcelona: Círculo de Lectores (pàg. 13-14, 28-31, 364-365).
La Ninny Threadgoode enganxa l'Evelyne amb la meravellosa història de les heroïnes de Whistle Stop que va desgranant setmana rere setmana. Gràcies al seu relat, aconsegueix canviar la vida de l'Evelyne, que li estarà profundament agraïda. Quan mor, li deixa les seves escasses pertinences, entre les quals hi ha algunes receptes de la Sipsey, que sap que l'Evelyne sabrà apreciar, sobretot la dels tomàquets verds fregits. Aquesta és la recepta que reprodueixo tot seguit. Jo l'he fet així, però amb oli d'oliva verge extra (sense fregir-hi bacon).
Tomàquets verds fregits
Ingredients
1 tomàquet d'amanida mitjà per persona
Oli de fregir bacon
Pebre
Sal
Farina de blat de moro
Talli el tomàquet a rodanxes d'1 cm, amaneixi amb sal i pebre i arrebossi'l amb la farina de blat de moro. En una paella grossa de ferro, escalfi prou oli de fregir bacon per cobrir el fons, i fregeixi els tomàquets fins que estiguin lleugerament daurats per tots dos costats.
"La cosa tiene tomate... ¡y sabe a gloria!"
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